CUADERNO PARA PERPLEJOS

~ Félix Pelegrín

CUADERNO PARA PERPLEJOS

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Malvado Jekyll

21 domingo Dic 2014

Posted by Felix Pelegrín in Literatura

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Dostoievski, Hume, Hyde, Javier Marias, Jekyll, Nabokov, Platón, Stevenson

No es que soñara con resucitar a Hyde. La sola idea me inspiraba auténtico horror. No. Fue en mi propia persona donde sufrí la tentación de jugar con mi conciencia y fue como un pecado normal, secreto, cuando al fin caí en los asaltos de la tentación (…) La caída me pareció natural, como un regreso a los tiempos anteriores a mi descubrimiento. Estas palabras pertenecen al Dr. Jekyll y fueron escritas a modo de confesión, para que fueran leídas solo después de que hubiera acaecido su muerte. Stevenson las puso ahí, formando parte de la carta con que cierra el libro, a fin de que el misterio quedara en parte aclarado. Los tiempos a que hace referencia el final del párrafo son sin duda los tiempos en que la existencia de Hyde no había sido aún reflexionada.

Una de las interpretaciones más extendidas que se han hecho sobre El Dr. Jekyll y Mr, Hyde establece que la novela trata sobre la eterna lucha que debe librar el hombre entre el bien y el mal antes de constituirse como verdadero individuo moral. De acuerdo con esta lectura, Jekyll y Hyde vendrían a simbolizar ambos principios. No obstante, después de leer las anteriores palabras es difícil admitir que la maldad que rezuma Hyde se deba íntegramente al resultado de llevar a cabo ciertos experimentos de laboratorio.

Así, parece obvio que la personalidad de Jekyll no puede identificarse con el principio del bien que supuestamente se aloja en el interior del ser humano, y resulta prudente, dudar del valor que tenga esta interpretación de la novela. Uno entiende en estos casos la crítica que puede hacerse a los profesores y no extraña que Nabokov (ejerciendo él mismo la actividad docente) llegara a advertir a sus alumnos que antes de empezar a leer esta fábula realista se olvidaran de todo lo que hubieran oído decir sobre ella.

¿Puede considerarse entonces que Jekyll, al igual que su alter ego, Hyde, es dominado interiormente por la pasión y la brutalidad? En Literatura y fantasma, en el pequeño ensayo sobre este relato, que escribió hace algunos años Javier Marías parece ser que éste lo niega, o al menos no le concede la importancia que su aceptación implicaría. Marías afirma que el rasgo más decidido del carácter de Jekyll fue su afán de pureza; que no fuera un hombre de una sola pieza, aquello que no podía soportar de sí mismo. De ahí que piense que la fatalidad de Jekyll se deba básicamente a que cometió dos errores. El primero, haber admitido en su seno un ser que sí era de una pieza, el segundo, que Marías considera de consecuencias fatales, que olvidó buscar la fórmula para anular la memoria.

Aun aceptando la lógica del argumento, no puedo estar de acuerdo con esta última apreciación. Ser sólo honrado, ser sólo perverso, como el propio Jekyll afirma que habría deseado en la confesión que acabará leyendo Mr. Utterson, su amigo y abogado, para que así cada personalidad pudiera desarrollarse libremente, como una sola pieza, resulta incongruente con la conducta que desarrolla para cumplir sus verdaderas ambiciones. Más plausible es pensar que si confió en que su confesión fuese leída por su abogado, fue para salvar in extremis un honor que ya antes de que se precipitaran los acontecimientos debía de estar seriamente dañado.

Como se describe al principio de la novela, Mr. Utterson es un hombre de costumbres espartanas, cuando estaba solo bebía ginebra para castigar su gusto por los buenos vinos, pero que reserva para el prójimo una enorme tolerancia, llevándole a meditar incluso, no sin envidia, sobre los arrestos que requería la comisión de malas acciones. De esta forma, se comprende no solo que fueran amigos sino también que Jekyll esperara de él cierta comprensión a la hora de juzgar sus faltas.

Así, yo creo que Jekyll no quiere renunciar a la dualidad, sino todo lo contrario, pues lo que una lectura atenta nos descubre es que lo que más le atormenta es la idea de no poder ser más. Ser justo y además ser ruin sin sufrir por ello, sin pagar ningún precio a cambio; que la vida pudiera resultar una ganga, es lo que en verdad parece que Jekyll deseaba. Desde el momento en que su nombre aparece en la narración, hay motivos suficientes para sospechar que su personalidad ha sido desde sus años jóvenes, cuanto menos turbia.

Cuando descubren que algo extraño está sucediendo alrededor de la figura de Jekyll, Mr. Utterson y Mr. Eifeld, no dudan en pensar que es posible que esté siendo víctima de un chantaje por algún desliz juvenil. Y el propio Utterson después de haberse puesto al corriente de la historia que le ha contado Eifeld, (que después de ver como Hyde llega a maltratar a una niña que corre por la calle a las tres de la madrugada, acaba precipitándose sobre el canalla atenazándole el cuello) él mismo repasa su vida hasta descubrir que su pasado estaba hasta cierto punto libre de culpas, elevándose con gratitud su corazón por la muchas otras que había estado a punto de cometer y que sin embargo había evitado.

No se entendería el juicio que emiten ambos personajes, las conjeturas sobre un hipotético pasado de desenfreno y excesos, si no hubiera para ello algún fundamento. ¿Acaso conocen prácticas, aficiones, que pudieron haber compartido con él? Para mí resulta incuestionable que Jekyll no está dispuesto a olvidar lo que hace Hyde, pues ello disminuiría su goce, pero tampoco quiere sufrir sus consecuencias. El problema de Jekyll, que no su error, no es que se haya olvidado de introducir en la pócima el principio activo del olvido mágico (eso ya lo propuso Platón al describir el momento en que las almas antes de reencarnarse beben las aguas del río Letheo) sino el efecto que la exacerbada conciencia de sí está operando en su psique profunda.

Venimos viéndolo en esa misma época en la tradición que se inicia con Dostoievski y que poco a poco acabará extendiéndose por toda Europa bajo el nombre de nihilismo. No hay que olvidar tampoco que Hyde, cuyo instinto de crueldad no parece sujetarse con ningún freno, no es el monstruo sin fisuras que Jekyll querría hacernos creer, pues es un hecho que conoce las reglas aunque su sentido se limite en él al temor que le inspiran, así como resulta innegable que en un momento dado y cuando se ve acosado es capaz de autocontrol. Su condición quasi animal, violenta y cruel puede engañar a primera vista pero es indiscutible que teme a la sociedad casi tanto como la desprecia aquél que se supone que le ofrece seguridad económica y una guarida donde correr a esconderse como una rata después de haber roído el queso.

No cuestionaré aquí si a alguien puede sucederle que sufra una escisión de la conciencia, pues lo ha probado sobradamente la psicopatología, pero querer ser ese otro y desearlo con todas sus implicaciones de forma consciente y definitiva, es poco convincente. ¿Qué sentido tendría nacer en otra carne en otra piel, sintiendo y pensando radicalmente de forma diferente? Es absurdo pensar que alguien se considere distinto si no puede compararse con el que antes era. Se mire como se mire, en el caso que ocupaba a Jekyll, un centro que unificara la identidad y la conciencia hacía falta y esta función, como demostró David Hume, sólo podía asumirla la memoria.

Jekyll ambicionaba que le reconocieran su descubrimiento, era científico, se había instalado un espejo en su gabinete para poder tomar nota, posiblemente, de su transformación.Y sin embargo, cuando vi reflejado ese feo ídolo en la luna del espejo, no sentí repugnancia, sino más bien una enorme alegría. Ese también era yo. Si Stevenson hubiera escrito esta historia unos años más tarde yo sospecho que quizás Jekyll se hubiera hecho incluso fotografías.

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Naufragio con espectador

07 sábado Abr 2012

Posted by Felix Pelegrín in Literatura

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Blumenberg, Borges, Goethe, Hume, Joyce, Lucrecio

Desde la aparición de Ulises en 1922, se ha destacado que la aportación más revolucionaria de James Joyce a la literatura consistió en desarrollar como nadie las posibilidades del monólogo interior, procedimiento que ponía de relieve cuál es el funcionamiento del pensamiento cuando éste vaga a su suerte. El flujo de la conciencia parece obedecer a un movimiento caótico que en algunos momentos se precipita recordando el efecto del oleaje y en otros se remansa abriendo espacios de aparente calma. Se diría que las ideas y las imágenes que por ella circulan, se engarzan y multiplican, descomponiéndose al instante, sin ningún criterio; de manera que difícilmente se podría considerar esa, una actividad racional, pues todo parece que suceda al margen de cualquier voluntad. No obstante, en medio de la maraña asociativa que invade la conciencia y se nutre en buena medida de impresiones visuales y olfativas que no excluyen otras táctiles, descubrimos ciertos nexos, ciertas conexiones que irrumpen con la fuerza de la memoria involuntaria.

En el Tratado sobre la naturaleza humana, Hume resume todas las formas de asociación de ideas a tres simples mecanismos que actúan bajo una estricta e idéntica legalidad en todo sujeto de conocimiento: el de semejanza, el de contigüidad espacial o temporal y el de causa efecto. Los tres parecen implicados ciertamente en el complejo andamiaje que creó Joyce, aunque la impresión que produce la lectura de su obra, viendo como opera la construcción de discursos que elaboran sus personajes, nos lleve a pensar que desbordan con mucho, la escueta clasificación del filósofo.

Joyce se permitió parodiar en Ulises todos los estilos y Borges no dudó en considerarla una obra fallida, si bien pensaba que nadie como él había llevado a la lengua inglesa al límite de sus capacidades expresivas. De James Joyce dijo que era indiscutible que se había convertido en uno de los primeros escritores de nuestro tiempo y añadió que verbalmente quizás fuera el primero. Con redoblados motivos, Borges repitió algo parecido después de intentar leer el Finnegans Wake, un libro infinito en su concepción, de referencias infinitas, que como se ha señalado alguna vez, casi parecía que estuviera escrito para él. Su cultura, acaso una de las pocas que pudiera rivalizar con la de James Joyce, lo convertían a priori en aquel lector ideal al que Joyce, según había declarado en más de una ocasión, se había dirigido siempre. Sin embargo Borges, al referirse a esta última obra, sólo añadió, en el tono más irónico de que fue capaz, que el libro era un tejido de retruécanos en inglés veteado de alemán, de italiano y de latín. De nuevo el escritor argentino, que conocía y se desenvolvía en todas esas lenguas, no dudó en calificar los resultados de frustrados e incompetentes.

Y sin embargo, después de todo, en su libro Elogio de la sombra convirtió a Joyce en su sujeto poético por dos veces. La escritura del poema Invocación a Joyce es suficiente para comprender los sentimientos encontrados, de admiración y desconcierto, no menos incómodos que contradictorios, que ese hombre que encerraba toda la literatura en su cabeza y acabaría ciego como él, debía despertar en Borges. Quizás, por qué no, sentimientos incluso culpables. Se me ocurre una analogía explicativa, una razón, que acaso no le habría molestado, pues hunde sus raíces en el poema De rerum natura de Lucrecio. Aunque me perturbe pensar que ya Goethe se valió de ella al referirse a la experiencia que sufrió en Jena, al presentarse en el campo de batalla después de la derrota frente a Napoleón. Hans Blumenberg en Naufragio con espectador, la recoge. En el capítulo IV del libro, que lleva por título el irónico Arte de sobrevivir, se describe el estado en que encontró Heinrich Luden, historiador de Jena, al desengañado y derrotado Goethe en aquellos momentos. Luden, según cita Blumenberg, le pregunta de golpe cómo le ha ido a Goethe y éste responde: Es un poco como el hombre que observa desde una sólida roca hacia el enfurecido mar: no puede socorrer a los náufragos, pero tampoco puede alcanzarle el oleaje….así salí de allí sano y salvo, dejando que el estrépito salvaje pasase a mi lado.

Pienso que a Borges, tan cansado de sí mismo, alguna vez le habría gustado convertirse en el intrépido James Joyce, pero sintió muy pronto que le faltaba coraje. No era él tampoco un navajero y en cambio estuvo siempre obsesionado por esos temas de vidas miserables. De manera espontánea, si la expresión tiene sentido en una personalidad que hizo de la construcción de artificios el sentido de su vida, Borges se sentía empujado hacia una literatura más feliz (nunca dudó en exponer sus preferencias) lejos de experimentos arriesgados, cuya importancia siempre se las acabó ingeniando para minimizar. La dirección de la Biblioteca Nacional que le ofrecieron en 1955 y la designación de miembro de la Academia Argentina de las Letras, aunque tardíos, le vinieron de perlas y fueron ofrecimientos difíciles de despreciar. Propongo que Borges, con más o menos consciencia, tuvo que sentir la responsabilidad de Joyce, de sus exilios, de su muerte en la batalla con el entorno, mientras él se limitaba a tomar nota desde la solidez de la tierra firme, de cómo su otro, que había querido ignorar, se hundía, pereciendo en el huracán que él mismo había desencadenado.

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