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No es que soñara con resucitar a Hyde. La sola idea me inspiraba auténtico horror. No. Fue en mi propia persona donde sufrí la tentación de jugar con mi conciencia y fue como un pecado normal, secreto, cuando al fin caí en los asaltos de la tentación (…) La caída me pareció natural, como un regreso a los tiempos anteriores a mi descubrimiento. Estas palabras pertenecen al Dr. Jekyll y fueron escritas a modo de confesión, para que fueran leídas solo después de que hubiera acaecido su muerte. Stevenson las puso ahí, formando parte de la carta con que cierra el libro, a fin de que el misterio quedara en parte aclarado. Los tiempos a que hace referencia el final del párrafo son sin duda los tiempos en que la existencia de Hyde no había sido aún reflexionada.

Una de las interpretaciones más extendidas que se han hecho sobre El Dr. Jekyll y Mr, Hyde establece que la novela trata sobre la eterna lucha que debe librar el hombre entre el bien y el mal antes de constituirse como verdadero individuo moral. De acuerdo con esta lectura, Jekyll y Hyde vendrían a simbolizar ambos principios. No obstante, después de leer las anteriores palabras es difícil admitir que la maldad que rezuma Hyde se deba íntegramente al resultado de llevar a cabo ciertos experimentos de laboratorio.

Así, parece obvio que la personalidad de Jekyll no puede identificarse con el principio del bien que supuestamente se aloja en el interior del ser humano, y resulta prudente, dudar del valor que tenga esta interpretación de la novela. Uno entiende en estos casos la crítica que puede hacerse a los profesores y no extraña que Nabokov (ejerciendo él mismo la actividad docente) llegara a advertir a sus alumnos que antes de empezar a leer esta fábula realista se olvidaran de todo lo que hubieran oído decir sobre ella.

¿Puede considerarse entonces que Jekyll, al igual que su alter ego, Hyde, es dominado interiormente por la pasión y la brutalidad? En Literatura y fantasma, en el pequeño ensayo sobre este relato, que escribió hace algunos años Javier Marías parece ser que éste lo niega, o al menos no le concede la importancia que su aceptación implicaría. Marías afirma que el rasgo más decidido del carácter de Jekyll fue su afán de pureza; que no fuera un hombre de una sola pieza, aquello que no podía soportar de sí mismo. De ahí que piense que la fatalidad de Jekyll se deba básicamente a que cometió dos errores. El primero, haber admitido en su seno un ser que sí era de una pieza, el segundo, que Marías considera de consecuencias fatales, que olvidó buscar la fórmula para anular la memoria.

Aun aceptando la lógica del argumento, no puedo estar de acuerdo con esta última apreciación. Ser sólo honrado, ser sólo perverso, como el propio Jekyll afirma que habría deseado en la confesión que acabará leyendo Mr. Utterson, su amigo y abogado, para que así cada personalidad pudiera desarrollarse libremente, como una sola pieza, resulta incongruente con la conducta que desarrolla para cumplir sus verdaderas ambiciones. Más plausible es pensar que si confió en que su confesión fuese leída por su abogado, fue para salvar in extremis un honor que ya antes de que se precipitaran los acontecimientos debía de estar seriamente dañado.

Como se describe al principio de la novela, Mr. Utterson es un hombre de costumbres espartanas, cuando estaba solo bebía ginebra para castigar su gusto por los buenos vinos, pero que reserva para el prójimo una enorme tolerancia, llevándole a meditar incluso, no sin envidia, sobre los arrestos que requería la comisión de malas acciones. De esta forma, se comprende no solo que fueran amigos sino también que Jekyll esperara de él cierta comprensión a la hora de juzgar sus faltas.

Así, yo creo que Jekyll no quiere renunciar a la dualidad, sino todo lo contrario, pues lo que una lectura atenta nos descubre es que lo que más le atormenta es la idea de no poder ser más. Ser justo y además ser ruin sin sufrir por ello, sin pagar ningún precio a cambio; que la vida pudiera resultar una ganga, es lo que en verdad parece que Jekyll deseaba. Desde el momento en que su nombre aparece en la narración, hay motivos suficientes para sospechar que su personalidad ha sido desde sus años jóvenes, cuanto menos turbia.

Cuando descubren que algo extraño está sucediendo alrededor de la figura de Jekyll, Mr. Utterson y Mr. Eifeld, no dudan en pensar que es posible que esté siendo víctima de un chantaje por algún desliz juvenil. Y el propio Utterson después de haberse puesto al corriente de la historia que le ha contado Eifeld, (que después de ver como Hyde llega a maltratar a una niña que corre por la calle a las tres de la madrugada, acaba precipitándose sobre el canalla atenazándole el cuello) él mismo repasa su vida hasta descubrir que su pasado estaba hasta cierto punto libre de culpas, elevándose con gratitud su corazón por la muchas otras que había estado a punto de cometer y que sin embargo había evitado.

No se entendería el juicio que emiten ambos personajes, las conjeturas sobre un hipotético pasado de desenfreno y excesos, si no hubiera para ello algún fundamento. ¿Acaso conocen prácticas, aficiones, que pudieron haber compartido con él? Para mí resulta incuestionable que Jekyll no está dispuesto a olvidar lo que hace Hyde, pues ello disminuiría su goce, pero tampoco quiere sufrir sus consecuencias. El problema de Jekyll, que no su error, no es que se haya olvidado de introducir en la pócima el principio activo del olvido mágico (eso ya lo propuso Platón al describir el momento en que las almas antes de reencarnarse beben las aguas del río Letheo) sino el efecto que la exacerbada conciencia de sí está operando en su psique profunda.

Venimos viéndolo en esa misma época en la tradición que se inicia con Dostoievski y que poco a poco acabará extendiéndose por toda Europa bajo el nombre de nihilismo. No hay que olvidar tampoco que Hyde, cuyo instinto de crueldad no parece sujetarse con ningún freno, no es el monstruo sin fisuras que Jekyll querría hacernos creer, pues es un hecho que conoce las reglas aunque su sentido se limite en él al temor que le inspiran, así como resulta innegable que en un momento dado y cuando se ve acosado es capaz de autocontrol. Su condición quasi animal, violenta y cruel puede engañar a primera vista pero es indiscutible que teme a la sociedad casi tanto como la desprecia aquél que se supone que le ofrece seguridad económica y una guarida donde correr a esconderse como una rata después de haber roído el queso.

No cuestionaré aquí si a alguien puede sucederle que sufra una escisión de la conciencia, pues lo ha probado sobradamente la psicopatología, pero querer ser ese otro y desearlo con todas sus implicaciones de forma consciente y definitiva, es poco convincente. ¿Qué sentido tendría nacer en otra carne en otra piel, sintiendo y pensando radicalmente de forma diferente? Es absurdo pensar que alguien se considere distinto si no puede compararse con el que antes era. Se mire como se mire, en el caso que ocupaba a Jekyll, un centro que unificara la identidad y la conciencia hacía falta y esta función, como demostró David Hume, sólo podía asumirla la memoria.

Jekyll ambicionaba que le reconocieran su descubrimiento, era científico, se había instalado un espejo en su gabinete para poder tomar nota, posiblemente, de su transformación.Y sin embargo, cuando vi reflejado ese feo ídolo en la luna del espejo, no sentí repugnancia, sino más bien una enorme alegría. Ese también era yo. Si Stevenson hubiera escrito esta historia unos años más tarde yo sospecho que quizás Jekyll se hubiera hecho incluso fotografías.