CUADERNO PARA PERPLEJOS

~ Félix Pelegrín

CUADERNO PARA PERPLEJOS

Archivos de etiqueta: Proust

Espejismos

15 Sábado Mar 2014

Posted by Felix Pelegrín in Arte, Filosofía, Literatura

≈ 6 comentarios

Etiquetas

Adorno, Kafka, Merleau-Ponty, Picasso, Proust, Samuel Beckett, Sócrates, Sören Kierkegaard

En un capítulo que viene a encabezar Migajas Filosóficas y que comienza siendo una aproximación al concepto de virtud socrático, Sören Kierkegaard se plantea la siguiente cuestión: ¿Hasta qué punto puede aprenderse la verdad? Y se responde que a un hombre le es tan imposible buscar lo que sabe, como buscar lo que no sabe.

El argumento se sostiene en el hecho de que nadie puede buscar lo que sabe porque ya lo sabe y tampoco lo que no sabe porque en este caso no sabría qué buscar. Nada que objetar en principio. Sin embargo, existe una proposición de Picasso, de todos conocida, Yo no busco, yo encuentro, que viene a significar la actitud del genio. ¿Pero es que acaso el artista es poseedor de un conocimiento que al filósofo le estaría vedado?

A este respecto Merleau-Ponty, en el Ojo y el espíritu afirma que no se ve sino lo que se mira. ¿Se encuentra pues lo que se busca? ¿Se busca lo que se sabe? Propongo otra posibilidad: No se mira sino lo que se ve; es decir: se encuentra lo que no se busca. Como se encuentra un rasgón en la camisa o una mancha en el momento de plancharla, por decirlo con ejemplos cotidianos. Aunque sea el propio Kierkegaard quien nos recuerde que ya Sócrates resolvió esa dificultad a partir de la idea de que todo aprender y todo buscar no son otra cosa que recuerdo.

Samuel Beckett, en su breve pero espléndido Proust, se refiere él también a aquella atención desatenta que al autor de La Recherche le permitía descubrir en los salones, los más insospechados encuentros.

Así, según parece, el verdadero conocimiento se adquiere a ciegas. Las cosas, ahí dispuestas, al lado, para su uso, no son vistas, y sólo las miramos cuando, contra nuestra voluntad, se resisten y nos enfrentan, cuando son ellas las que quizás nos busquen para entonces zarandearnos y perturbarnos.

¿Qué le falta al mundo para que este sea cuadro? En la obra ya citada, El ojo y el espíritu, Merleau-Ponty lo propone. A lo que yo respondo: Que sea visto, que sea mancha o simple desgarradura; ninguna cosa idéntica a otra cosa, fugaz, más bien, su diferencia inesperada.

Se puede comprender entonces que Kierkegaard, que se pensó irresistible en su capacidad para seducir, desde la cárcel de su interioridad, como la describió Adorno, que se esforzó en quererlo un poco, oyera el requerimiento de Kafka con medio siglo de antelación.

Sustancialmente, he vivido como un escribiente en su comptoir. Estas son palabras del danés con las que se confiesa en Mi punto de vista. Y sigue: Desde el principio ha sido como si estuviera arrestado y en cada instante he percibido que no era yo quien interpretaba el papel de amo, sino que era otro el Amo.

Compartir:

  • Twitter
  • Facebook

Me gusta esto:

Me gusta Cargando...

Leer a Robert Musil

24 Sábado Nov 2012

Posted by Felix Pelegrín in Literatura

≈ 1 comentario

Etiquetas

Claudio Magris, Joyce, Proust, Reich-Ranicki, Robert Musil, Thomas Mann

En un estudio sobre la obra de Robert Musil que lleva por título La ruina de un gran narrador, el crítico Marcel Reich-Ranicki, jactándose de su laboriosidad, afirmaba que leyó la correspondencia y los diarios de este autor (cuatro mil ochocientas páginas que incluían notas y referencias de letra apretada) con la esperanza de comprender mejor los dos libros a los que sin duda debía su fama,  Las tribulaciones del estudiante Törles, que Musil publicó a la edad de veinticinco años y la novela El hombre sin atributos, a la que dedicó los doce últimos de su vida, de 1930 a 1942.

El hombre sin atributos (novela inacabada que supera las mil quinientas páginas) es sin duda una novela difícil y no creo que en esto existan grandes desacuerdos. Sobre todo si lo que se pretende con una primera lectura, es más que gozar con su lenguaje: agotar por ejemplo su significado, saber con certeza de qué va, cuál es la trama, si existe o no un hilo conductor único que provea a la historia de un desarrollo del que pueda esperarse algún desenlace satisfactorio. La sensación que a mí me produjo la primera vez que me enredé en sus páginas, la podría comparar con la admiración que despierta la presencia de un rayo de luz que atraviesa una placa de hielo (la placa de hielo es la inteligencia) a la que se va añadiendo el temor a que en cualquier momento esa placa de hielo acabe fundiéndose y empiece a formar un charco de agua.

Consciente de la dificultad que entrañaba su lectura, el propio Musil aconsejaba leer El hombre sin atributos al menos dos veces, aunque no exigía que la segunda vez fuera necesariamente completa. Musil no esperaba sin embargo que las claves para la interpretación de su novela hubiera que ir a buscarlas fuera de ella misma. Leído con detenimiento no resulta más complejo que Proust o Joyce, por poner dos ejemplos y como ocurre con las obras de estos autores no habría que esperar que la suya, considerada en un sentido clásico, fuera ni más ni menos imperfecta. La noción contraria es por supuesto ajena a su propósito y el lastre que puede acarrear no tenerlo en cuenta sería el mayor obstáculo para el disfrute de su lectura. Abundan zonas borrosas, es cierto, donde se pierden los márgenes y el horizonte hacia el cual avanzamos no se divisa con claridad, pasajes más o menos aburridos, pero también fuentes y abrevaderos donde beber y refrescarse es de lo más bueno y excitante.

Musil no escribe para lectores ansiosos o pasivos y se adapta mal a una lectura distraída que admita que se la encaje en moldes previos. A Reih-Ranicki parece que estos detalles, sin embargo, le irritan. Y no duda en hacer acopio de pruebas que, basándose en el carácter incompleto de la novela (ya he dicho que se trata de una obra inacabada), obtiene hurgando en los diarios del escritor y en su correspondencia, en la opinión de otros expertos o filósofos que le ofrecen razones para justificar su falta de sintonía con ella. Personalmente no creo que este método haya mejorado nunca, de manera sustancial, la comprensión de un libro de creación novelesca, si no es que antes algún aprecio se había despertado hacia él. Yo diría que este aprecio básico, esta simpatía, sin la cual es imposible ninguna clase de acercamiento, Reich-Ranicki no lo sentía por Musil. De ahí que en un momento dado de su estudio, no queriendo considerar los argumentos de sus admiradores (que no duda en tildar de fanáticos) se pregunte si no estaremos ante un abuso desmedido y patente de la novela.

He leído sólo una parte de esos diarios que Reich-Ranicki presume de haber recorrido concienzudamente de la primera hasta la última línea, siempre abriendo los volúmenes I y II que los recogen, al azar, y me siento muy lejos de pensar que un día completaré su lectura. El estilo tenso y brillante, tan propicio al humor y la ironía, que Robert Musil desarrolla como novelista, no existe en estas páginas que se presentan por el contrario con una dureza de mármol. Escritas probablemente con la intención de abrir espacios por donde circule el aire en su cabeza a fin de esponjar sus ideas, pues todas las expresiones sobre la ciencia del hombre tendrán cabida aquí. Filosofía especializada, no, Proyecto, sí. (…) Y en general la cuestión del estilo. El interés centrado no sólo en lo que se dice, sino en cómo se dice,  hacen que resulte curioso que el propio Reich-Ranicki, al terminar su lectura, dijera que había sentido una sensación de enfado y hasta repugnancia que le había hecho pensar que el escritor Robert Musil era en cualquier caso un poseso y un fanático.

Por decirlo de una manera sencilla, yo creo que si una novela se resiste, aunque se nos proponga como una obra maestra, lo mejor es dejarla para otro momento. A menudo la dificultad que experimenta el irritado lector, cuando le es negada la posibilidad de su goce, se halla en los prejuicios con que se aproxima a esa forma (supuestamente equivocada) de mirar el mundo que es genuina del autor de genio al que se querría someter. Por otro lado la historia de la literatura y del arte abunda en ejemplos de la más grave incomprensión y no ha pasado nunca nada.

En su magnífico estudio biográfico sobre Thomas Mann, este crítico, a veces excelente, defendiendo precisamente el valor que para él tenía Tonio Kröger, planteaba la cuestión (no sin ironía) de por qué podía ser que Martin Walser, que la consideraba la peor novela escrita en siglo XX, se hubiera tomado la molestia de practicar análisis tan exhaustivos como los que llevó a cabo, con un libro tan malo. De la misma manera (he descubierto esta clase de incongruencia otras veces) me parece a mí que cuatro mil ochocientas páginas, leídas con dolorosa abnegación, son muchas para no pensar que Reich-Ranicki se hace sospechoso de padecer el mismo mal que critica.

Como se puede imaginar después de todo lo dicho, la proeza de la lectura de las cartas y los diarios, a Marcel Reich-Ranicki, no le resultó agradable pues según confiesa se trató de una experiencia desganada y dolorosa que llevó a término, tanto por el deseo de saber, como por obstinación y tozudez. Con todo y con eso, yo me pregunto si de verdad era sincero cuando escribía que lo que lo había movido a realizar aquella lectura torturada era sólo tozudez y obcecación por conocer la verdad. Pues no me resulta fácil obviar que en su estudio, una y otra vez Reich-Ranicki deja deslizar toda clase de observaciones gratuitas, cuando no injuriosas, sobre la persona de Musil; la referencia a su pobreza material, sin ir más lejos, que quiere insinuar que en su vida Robert Musil sintió siempre una gran envidia de aquellos autores que al contrario que él pudieron vivir holgadamente de la literatura.

Nada que ver con la opinión de Claudio Magris, con quien comparto en cambio, la idea de que  “El hombre sin atributos” se propone representar toda la realidad en su devenir cambiante y quizás por ello se ve destinada a quedarse en fragmento; reproche éste constante, que Ranicki le hace a Musil, porque como escritor comprometido con la lengua no quiere plegarse a la dictadura de las formas de una tradición que hace encajar las palabras en una falsa realidad estática.

Así, cuando Robert Musil, que amaba la filosofía, asegura que los filósofos son personas violentas porque aunque no disponen de un ejército, se apoderan del mundo encerrándolo en un sistema, está haciendo una observación importante. Como anota en sus diarios,  si se piensa en frases con punto final, ciertas cosas no pueden expresarse. Y eso que se sustrae y se resiste a ser dicho, desde el punto de vista de la expresión, es lo que para él cuenta.

Propongo pues que para acercarse a El hombre sin atributos, se tome el libro entre las manos y se comience a acariciar, se le dé la vuelta y se deje reposar en el momento en que se presenten signos de cansancio. Si hace falta se puede probar con la edición en cuatro volúmenes que publicó Seix Barral, uno a uno son más ligeros. Luego, ya se irá viendo.

 

Compartir:

  • Twitter
  • Facebook

Me gusta esto:

Me gusta Cargando...

Como un tigre feroz (2)

15 Sábado Sep 2012

Posted by Felix Pelegrín in Literatura

≈ Deja un comentario

Etiquetas

Flaubert, George Sand, Maupassant, Proust, Roland Barthes, Turguéniev, Voltaire

Marcel Proust, quien no admiraba excesivamente el estilo de Flaubert, decía elogiar, más que otra cosa en sus libros, el que podía sentirse en ellos el paso del tiempo. Y si es cierto que de un modo general el tiempo está presente en su obra, en Bouvard y Pecuchet ese tiempo (que permite suponer que desde el primer encuentro entre los dos escribientes, en el boulevard Bourdon, hasta el momento en que deciden volcarse sobre sus respectivos escritorios y ponerse manos a la obra para ordenar La Copia, han debido pasar cerca de treinta años) es un tiempo circular, repetición de lo mismo, que en nada participa de la fugacidad que evoca Proust en A la Recherche du temps perdu.

De ahí que algunos intérpretes, incomprensiblemente, hayan decidido descalificar Bouvard y Pecuchet porque en su desarrollo no se ve que envejezca nadie, ni resulta verosímil que dos ancianos de setenta años decidan en un momento dado someter su cuerpo a prácticas gimnásticas absolutamente inadecuadas para su edad. Lo que de acuerdo con su limitación de miras, les permite juzgar que es imposible que sus protagonistas lleguen a aprender algo nunca y se vean condenados a repetir de forma grotesca los mismos errores, como dos cretinos que carecen de inteligencia.

Guy de Maupassant, en cambio, nos recuerda y valdría la pena tenerlo en cuenta, que Flaubert había crecido en la época de la plenitud del Romanticismo, que se había alimentado con las frases rotundas de Chateaubriand y de Víctor Hugo y sentía en su interior una necesidad lírica que no podía explayar completamente en libros concretos como Madame Bovary. Necesidad de expansión lírica (romántica) que Flaubert mismo reconoció siempre que no le había abandonado nunca. Y que en la misma época en que redacta su novela hizo que le comentara a George Sand: Para mí es muy secundario el detalle técnico, la información local y, en fin, el lado histórico y exacto de las cosas. Lo que yo busco, por encima de todo, es la belleza.

¿Tiene sentido entonces objetar una falta de realismo en Bouvard y Pecuchet? Sólo si entiende por realismo un programa que de antemano, Flaubert rechaza. Lo que demuestra más bien el comentario a George Sand es que aquellos que insisten en considerar la novela como una obra fallida, tomando como base de sus argumentos presupuestos falsos, vienen a ratificar hasta qué punto tenía razón su autor cuando lamentaba esa forma de vivir mediocre, propia de la burguesía de su tiempo, que es capaz de negar el acontecimiento por no haberlo previsto. Aunque Flaubert sea consciente del riesgo que asume con ese proyecto, en el que iba a jugarse los años que le quedaban al todo o nada, no existe para él la posibilidad de asumir una consigna que ignora que acaso lo real sea otra cosa.

Como aquél que evita ponerse un chaleco demasiado estrecho porque siente que le impide moverse con soltura, también Flaubert prefiere el frío de su torre de marfil al calor de los bárbaros que intentan demolerla. Así el primer gesto de libertad en el que se reconoce Pecuchet después del flechazo que ha sentido ante el que será su único amigo en lo sucesivo, tiene que ver con el abandono de aquella pieza de ropa. Pues para Flaubert, como para su entrañable pareja, todo empieza con el despojamiento. Y aquello de lo que ha de despojarse en primer lugar el escritor es de la facilidad, de lo aprendido, de todo lo que le impida inventar de nuevo todos sus recursos, apostando por la incertidumbre que acabará obligándole a leer más de mil quinientos libros si es que de verdad desea decir algo que tenga alguna relevancia.

Libros que analizará y estudiará para a continuación negarlos, demostrando de esta forma el absurdo de que el conocimiento llegue a concluir alguna vez; llevando su novela a correr por los márgenes en que se sitúan los textos de la pasión. Hasta una forma de aburrimiento, haciendo vacilar (por decirlo con palabras de Roland Barthes que parecen escritas a propósito) los fundamentos históricos, culturales, psicológicos del lector, la congruencia de sus gustos, de sus valores, y de sus recuerdos, poniendo en crisis su relación con el lenguaje. Porque es en la evasión, en los fundamentos, en la congruencia del gusto y los valores, en lo unívoco del lenguaje, donde radica justamente la idiotez, la estulticia y no tanto en la búsqueda sin término de un saber del que sólo los necios aplaudirían su posesión.

Ya que el sentido, de acuerdo a la escritura flaubertiana, debe presentarse en el acto de cruzar de un extremo al otro el texto, en ausencia de red, por el puro goce. Baste como ejemplo el reiterado consejo de Turgéniev que al repetirle que limitara el desarrollo de su idea a las dimensiones de un cuento corto, en la línea de un cuento filosófico del tipo Cándido de Voltaire, no obtiene más que una amable indiferencia que apenas busca justificarse. Porque Flaubert, además de no poder renunciar al ideal romántico de absoluto (la obra total) es un racionalista, ferozmente inteligente, al que la intuición le advierte que aceptar otra solución sería vaciarla de la carga subversiva que se ha propuesto asignar a los fracasos de su pareja.

¿Son entonces Bouvard y Pecuchet dos cretinos o dos revolucionarios? Cualquier cosa, menos inocentes. Su ingenuidad es aparente y acaso metodológica. Como la duda cartesiana en la que evidentemente su autor no creyó nunca, o la dialéctica socrática que se refuerza y crece ante la insuficiencia de las respuestas. Pues esa ingenuidad, esa aparente torpeza con la que abordan las cuestiones, expresa la sola forma en que sus contemporáneos eran capaces de escucharle a él, Gustave Flaubert.

Si después de haber escrito su primera novela, para acabar con los malentendidos, el padre de la criatura se atrevió a decir en voz alta Madame Bovary soy yo, aquí ocurre lo mismo. La identificación con sus personajes no es discutible. Basta leer atentamente el capítulo quinto, donde reenviándonos al Quijote, los dos amigos deseosos de conocimiento, repasan las obras más importantes de la literatura reciente y harto de aquel batiburrillo Bouvard acaba reconociendo que se emociona leyendo a George Sand, una de las más grandes amigas de su creador.

Leer y analizar mil quinientos volúmenes para poder hablar con conocimiento de causa (los mismos que se supone que han leído los dos patanes) son muchos. Demasiados, tal vez, para que aún se plantee quién es quién entre los tres.

Compartir:

  • Twitter
  • Facebook

Me gusta esto:

Me gusta Cargando...
Entradas recientes →

Email

pelegrinfelix@gmail.com

Categorías

  • Arte (23)
  • Filosofía (36)
  • Literatura (54)
  • Pintura (19)

Referencias

  • Índice de autores y obras.
  • El autor

Blogroll

  • En lengua propia
  • Philosophie de l'inexistence

  • 19.634 visitas

Feed RSS

RSS Feed

Crea un blog o un sitio web gratuitos con WordPress.com.

Privacidad & Cookies: este sitio usa cookies. Al continuar usando este sitio, estás de acuerdo con su uso. Para saber más, incluyendo como controlar las cookies, mira aquí: Política de Cookies.
A %d blogueros les gusta esto: