A mí no me gustó Werter, ni tampoco Las afinidades electivas, por más que hiciera el esfuerzo de dejarme persuadir de la importancia de su lectura por una colega de oficio. Los años de aprendizaje de Wilhem Meister me tumbó poco antes de llegar a la página doscientos y en general siempre que he frecuentado a Goethe, con excepción de ciertos pasajes del Fausto, que me parecen insuperables, me ha decepcionado.
Decía Borges que todos los países se empeñan en erigir como símbolos nacionales figuras literarias que no les representan. No estoy siempre de acuerdo con Borges cuando ilustra sus palabras con los nombres de ciertos escritores, pero en lo que respecta a Goethe, no voy a discutírselo. Yo mismo me siento incapaz de asimilarlo a la literatura y la filosofía alemanas que siempre he admirado tanto. A Thomas Mann (que se tenía por su merecido sucesor) y a Adorno, a Nietzsche y a Schopenhauer, a Jünger (estoy pensando en Radiaciones, los diarios de la segunda guerra mundial y en especial en Los acantilados de mármol) les debo los momentos de lectura más intensos y felices de que he podido disfrutar a lo largo de mi vida de lector. Walter Benjamin, otro autor alemán al que estimo casi tanto como a los anteriores, en sus comentarios a Las afinidades electivas, con toda la lucidez que es capaz de desplegar en sus estudios literarios, tampoco pudo hacerme cambiar de opinión. Al final pensé que no debía estar yo hecho para beneficiarme de las contribuciones con que Goethe había decidido saldar sus deudas con la humanidad. Su personalidad resuelta de sabio (Goethe no era griego y no le hacía ascos al término que no dudó en atribuirse en más de una ocasión) le había animado, sin el menor escrúpulo, a identificarse orgullosamente con el destino de su patria, de manera que desde muy joven, sintió el deber de contribuir con enciclopédicos conocimientos a su desarrollo.
No obstante, si a mis veinte años Werter no fue capaz de ganarse mi admiración, ni tampoco en lo sucesivo ninguna otra obra de Goethe,las Conversaciones con Goethe, de Johan Peter Eckermann, con las que por azar me topé hace unas semanas en La Casa del Libro, me han permitido, en cambio, formarme una idea de qué sea lo que en esa obra ingente y desmesurada me sitúa en las antípodas de su sensibilidad.
El espíritu objetivista y didáctico que Eckermann no duda en alabar casi constantemente y que casaría muy bien con cierta filosofía utilitarista inglesa (Stuart Mill me parece un espíritu más próximo al de Goethe que el de cualquier otro artista de su época) creo que tiene mucho que ver con la suave aversión que me despierta el leerlo. Pero no deja de resultar paradójico que sea Eckermann, ese espíritu mediocre, que en palabras de Francisco Ayala tuvo la fortuna de asociar su discreta personalidad a la más plena y luminosa de su tiempo, quien me haya permitido ver de pronto con claridad cartesiana. A través de su lectura uno tiene la impresión de que el mundo era para Goethe una especie de aula donde comentar abultados libros en un pizarrón para admiración del público que debía tomar apuntes como si fuera una agrupación de simples escolares.
Mientras tanto, el gran discípulo abnegado y sumiso, ¿amante no correspondido? dispuesto siempre a dejarse asesorar y corregir, recoge en sus Conversaciones estas palabras tan significativas: Lo importante en usted –se refiere Goethe al propio Eckermann– es formarse un capital que no tenga pérdida (…) Se lo repito una vez más, olvide aquellas cosas que no han de reportarle ningún beneficio.
Aplicados a la literatura, estos métodos objetivistas con los que justifica su repudio a la subjetividad, se me convierten en pesados pertrechos con los que no soy capaz de construir nada. Todo en Goethe, como lo muestra muy hábilmente Eckermann, ha sido ejecutado concienzudamente, con gran trabajo y fatigas, de manera que a su lado nada tienen que añadir sus lectores.
Goethe mismo no se cansa de repetirle a este servicial escriba:
Es una gran calamidad que en un estado nadie quiera vivir tranquilamente y gozar de la vida, sino que todos desean mandar y en el arte, que nadie quiera limitarse a gozar de lo que ha sido ya creado y que todos anhelen convertirse en creadores.
Tal vez y en el fondo, la razón por la que no puedo seguirlo con interés, se deba tan solo a la torpe aspiración que encierran esas pocas palabras. No en vano fue Goethe además un político.
La que tu llamas torpe aspiración, a mi entender, no se debe a que hubiera ejercido de político, sinó de científico e ingeniero. En la obra de Goethe, ciencia y literatura van de la mano, quien no tenga cumplidas nociones de equilibrio químico y de producto de solubilidad, por ejemplo, no puede pretender que comprende Las afinidades electivas. En sus memorias el autor lamenta que se le reconozca como pensador y no como científico, digo yo que el motivo de esta falta de reconocimiento podria ser que los científicos suelen poner a los políticos y a sus ideólogos ante la realidad.
Me ha gustado mucho tu artículo porque te mojas y tomas partido. Y de manera elegante. Solamente quería comentar que discrepo contigo ya que en mi opinión, Goethe no es sólo racionalidad fría.
A diferencia de ti, Werther me causó una fuerte impresión a los 16 años. Hoy en día no lo leería de la misma manera, sin embargo no hace falta recordar que hubo una oleada de suicidios cuando se publicó la novela. Supongo que en aquella ocasión, consiguió tocar otra cosa que la razón de los lectores.
Creo que la obra de Goethe es un forcejeo entre subjetividad y racionalidad. El Wilhelm Meister es un gran ejemplo. Toda la parte central de la novela, la relación que entretiene Wilhelm con el el teatro, la pasión por Shakespeare y el logradisimo personaje de Mignon tienen mucha vivacidad y entraña.
Es cierto que al final del Wilhelm Meister la racionalidad acaba ganando la partida, pero esta racionalidad también ha dado sus frutos.
El Wilhelm Meister es la primera novela de aprendizaje y marcó en este aspecto la historia de la literatura. Ilusiones perdidas de Balzac, el Rojo y el Negro de Stendhal y la Educación sentimental de Flaubert son herederas suyas.
Por otro lado, no conseguí acabar las afinidades electivas, me encantó Götz von Berlichingen y me falta por leer Fausto.
Tu blog va directo a mi reader! Te estaré leyendo!
Cuentan , no se si es cierto o no,que en una ocasión estaba el compositor y director de orquesta Mendelsshon sentado al piano tocando música de Beethoven y que Goethe, que era amigo o conocido estaba presente, y que al acabar la interpretación, en tono un tanto irritado el escritor y poeta dijo:»Ese hombre, Beethoven …está maduro para el manicomio»…
Yo conozco muy poco de Goethe…algunos fragmentos del Fausto y unos cuantos poemas ilustrados en música por tres o cuatro compositores, y me pregunto cual era el oido del poeta cuando, tímidamente quizás, se amedrentaba de ciertos acordes y melodías, de ciertas violencias, de caminos más amplios y arriesgados. No se, pero…¿a qué esa inquietud?