CUADERNO PARA PERPLEJOS

~ Félix Pelegrín

CUADERNO PARA PERPLEJOS

Archivos de etiqueta: Max Brod

Las transformaciones del agrimensor

23 Sábado Jun 2012

Posted by Felix Pelegrín in Filosofía, Literatura

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Deleuze, Dostoievski, Kafka, Max Brod, Steiner

Entre las múltiples imágenes con que Franz Kafka ha querido mostrarnos la condición humana, hay una en la que el hombre aparece muy a menudo dispuesto para la lucha. Una lucha astuta que él mismo iría librando toda su vida por el empeño decidido de no interiorizar una falsa identidad. La negativa a condescender con el escaso público de admiradores que asiste a presenciar su espectáculo de circo fue radical y a juzgar por la disparidad de opiniones que sigue generando su obra, impecable.

Kafka me parece el paradigma humano (un artista del trapecio, un artista del hambre) dispuesto a arriesgarlo todo porque no quiere establecer lazos distintos a aquellos que lo mantienen alejado de los productos más logrados de la especie. Como el hombre del subsuelo de Dostoievsky, que después de una experiencia de cuarenta años se permite afirmar que el hombre del siglo XIX está moralmente obligado a ser una nulidad, Franz Kafka considera imprescindible ampliar esta valoración al siglo XX.

La enormidad de la figura de Goethe debió atemorizarlo tempranamente igual que le ocurrió con su padre a quien no tuvo otro remedio que enviar lejos de sí, a las antípodas, pero halló en Dickens y Dostoievsky cierto calor, aunque éste tuviera mucho que ver con el calor que desprenden los animales en los establos. Para asegurarse la supervivencia en el mundo en que le tocó vivir, yo creo que Kafka (lo diré con una metáfora que acuñó Deleuze) optó por construirse un cuerpo liso, una máquina de guerra de apariencia inofensiva que lo situaba exteriormente más cerca de alimañas repulsivas que de cualquier otro semejante. Nadie antes se había atrevido con un escarabajo, aunque también probó con otras criaturas subterráneas no menos inquietantes.

En su guarida, mientras devora alimañas (en un momento al despertar se dio cuenta de que de sus labios colgaba una rata) el funcionario gris se entretiene sin que nadie lo sepa en construirse una fortaleza (el cuerpo liso) que va ampliando sin descanso, con el claro objetivo de que se vayan impermeabilizando los contornos de su piel, para que las marcas y señales que quieran fijarse en ella simplemente resbalen y desaparezcan. Igual que en el Informe para la academia, el pobre éxito obtenido por el hombre se justifica en última instancia  por sus orígenes simiescos.

Contra la abulia y la convención políticas que exigen cada día del ciudadano paciencia y tolerancia a la hora de juzgar a los poderes que se encarnizan con él, Kafka representó ya en su época un modelo de confrontación tenaz y disolvente que lo haría inconfundible. Ni judío, ni austríaco, ni alemán, ni checo que renunció a escribir en su lengua materna para sustituirla por el alemán, aunque esta lengua en su boca, como dice Steiner, chirriara a los oídos checos, ¿cómo atribuirle una identidad distinta de su singularidad? Kafka sigue sin adecuarse a ninguna retícula que permita codificarlo.

En este aspecto yo creo que la enfermedad de la que murió Kafka se presentó ante él con la fortuna del agua que se vierte sobre la tierra después de un largo periodo de sequía. Si en Dostoievsky la conciencia lúcida, se aparece como una enfermedad, en Kafka la enfermedad se apareció como una vía de escape, un corredor estrecho que se ramificaba como una red de neuronas que traerían a su mente la lucidez que en un momento había estado a punto de perder.

Todo estaba decidido y no tenía sentido hacer trampas. Las únicas que llegó a permitirse imaginando que un hombre como él, una nulidad, que no sabía hacer otra cosa que escribir, sería capaz de formar una familia. Por más que el amigo Max Brod insistiera en representárselo como un padre-marido honrado y feliz, el cuento de los Once hijos no deja de ser una parodia grotesca que le alerta de aquello que podría sucederle si al movilizar sus fuerzas contra el deseo (la escritura, a la que no estaba dispuesto a renunciar) se dejara conducir por la ilusión del matrimonio. En un sistema que afirma la estructura del patriarcado, Kafka vio con claridad que Saturno, el dios que devora a sus hijos, no puede hacer otra cosa que cumplir con la misión que le ha sido encomendada.

Según la confesión que le hizo a Max Brod y que éste recoge en su biografía, la noche en que le sobrevino la hemoptisis (el vómito de sangre) que anunciaría de forma inexorable el final que llevaba tiempo urdiéndose, Fanz Kafka durmió tranquilo, liberado, como no lo había hecho en los tres últimos años.

 

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Las tareas del agrimensor

16 Sábado Jun 2012

Posted by Felix Pelegrín in Literatura

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Camus, Kafka, Max Brod, Ricard Torrents, Steiner

Desde su muerte en 1924, las aproximaciones que se han hecho a la obra de Kafka han ido apareciendo una tras otra igual que se despliega un abanico. Empezando por aquella que interpreta sus relatos como expresión de la angustia religiosa del hombre abandonado por dios en un mundo sin sentido, hasta acabar con la que afirma que todo lo que en ella se cuenta no es más que la narración simbólica de un conflicto familiar.

Como señala George Steiner en el ensayo sobre Kafka que está recogido en Lenguaje y silencio, ya en 1958 Rudolf Hemmerle consignaba mil trescientos títulos de crítica y exégesis sobre su obra. La suma de tales estudios no ha hecho, sin embargo, más que crecer y no parece haber indicios de que esta tendencia en los estudios literarios vaya a tener fin. Ni siquiera en nuestra época cuando el término kafkiano hace muchos años que entró con fuerza a formar parte del lenguaje de la calle y ya todo el mundo parece tener claro lo que significa. Tal vez sea esto último lo que me anima a añadir también un par de consideraciones.

La interpretación que llevó a cabo su amigo Max Brod convertido tras su muerte en su albacea, destaca precisamente la religiosidad de Kafka, oculta mientras no llegó la tuberculosis para destaparla. Según su lectura esta religiosidad sería visible a través de algunos textos en los que se muestra cómo Kafka no estaba dispuesto a renunciar a la esperanza. A título de ejemplo, Brod recomienda repensar el siguiente aforismo: No desesperes, ni siquiera por el hecho de que no desesperas. Cuando todo parece terminado, surgen nuevas fuerzas; esto significa que vives.

Personalmente no encuentro en estas palabras nada de lo que Max Brod sugiere. Según él, Kafka, al igual que el desgraciado Job, que fue el personaje más maltratado de todos cuantos recorren las páginas del Antiguo testamento, viene a dialogar con dios a la espera de que llegue el día en que éste le responda a qué se debe su tormento; la lectura de la Carta al padre (que curiosamente el padre no llegó a recibir nunca) allana un terreno demasiado escarpado, facilitando ingenuamente que se acepte como la cosa más natural del mundo, la última interpretación.

Se sabe que a excepción de unos cuantos cuentos entre los que se encuentra el relato La metamorfosis, Franz Kafka publicó sus principales obras póstumamente, después de que Max Brod desobedeciera la petición que Kafka mismo le había formulado con el pretexto de que las suyas eran historias incompletas y por tanto imperfectas. Todo esto sin excepción, le dijo, existe para ser quemado, y te ruego que lo hagas lo antes posible. Era como si Kafka hubiera dispuesto con un simple gesto acarrear él solo con el destino de los judíos, anticipándose al holocausto de unos años después. Kafka pudo ser un visionario. Pero eso nada tiene que ver con dios, ni con ninguna facultad que conecte con lo sobrenatural. Su nihilismo es lacerante.

La experiencia que describen sus historias (piénsese en la máquina de tortura que ideó en La colonia penitenciaria) anticipa el horror que tuvieron que sufrir sus hermanas al morir en un campo de exterminio nazi. Sin embargo, no pienso que sea una malicia dudar de la sinceridad de Kafka al solicitar al amigo la destrucción de sus obras. Pues creo que la circunstancia de que muchas de ellas quedaran sin concluir no es tanto un defecto como un rasgo formalmente esencial de sus ficciones. Tal como lo es la paciencia y la obstinación del agrimensor Joseph K. mientras aguarda a que llegue una respuesta del Castillo o la que Franz Kafka (el funcionario) debía de aplicarse cada mañana cuando tenía que suspender la tarea de escribir para ir la oficina.

Todo se corta y se demora y todo vuelve a empezar porque al final está claro que la meta existe pero no el camino. Como si el arte de Kafka se derivara de este conocimiento casi secreto que consiste en no concluir nada y dejar la acción o el pensamiento en suspenso.  Kafka no acabó, es cierto, ninguna de sus grandes obras ni un número importante de cuentos que muestran la apariencia de ser simples fragmentos, pero intuyo que se trata de una solución acorde con la forma de vivir que eligió para sí mismo. En Franz Kafka la distinción entre la literatura y la vida (la expresión coincide con el título de una obra de Jorge Semprún) no tiene perfiles precisos.

La Carta al padre es un relato íntimo, cuya temática pertenece a su vida privada, pero no excluye que funcione como una máquina literaria. Ricard Torrents lo da a entender en el comentario que hace de esta obra, y estoy de acuerdo con él en que esa apreciación se torna evidente cuando al final de la carta, Kafka llevado por la imaginación, no puede evitar que todo se trunque y que lo que era obviamente verdad pase a ser puesto en cuestión cuando la voz del padre, inesperadamente, se apodera del relato y el escritor le hace hablar a fin de que se defienda de las graves acusaciones que un mal hijo le ha obligado a escuchar.

Camus lo había dicho: Que una cosa viva tenga su forma en este mundo y éste se reconciliará. Pero si hay algo que resulta impensable en la literatura de Kafka es justamente la reconciliación. Las visiones del horror que se hallan en sus libros no encuentran solución ni en este ni en el otro mundo. No hay esperanza. En el ensayo dedicado a Kafka al que ya me he referido, Steiner apuntaba esta reflexión del escritor checo: Unos niegan el infortunio señalando el sol, él niega el sol señalando el infortunio.

En relación con su escritura, yo opino que Kafka erosionó tanto como pudo la idea de la trascendencia, bien fuera que ésta adoptara la forma de dios, el estado o la autoridad paterna. No obstante, su rebelión no fue una rebelión al uso. Se fraguó en silencio en una espera contenida, desvelando poco a poco, como se teje una tela de araña, la razón perversa del poder. A mí, con todo, me gusta celebrar en Kafka ese amor por las palabras, ascético y riguroso, que en tantas ocasiones llega a hacernos sentir un efecto próximo a la embriaguez física.

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