CUADERNO PARA PERPLEJOS

~ Félix Pelegrín

CUADERNO PARA PERPLEJOS

Archivos de etiqueta: Lezama Lima

Regiones dañadas (1)

27 sábado Sep 2014

Posted by Felix Pelegrín in Literatura, Pintura

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Fernando Guerrero, Heráclito, José Ángel Valente, Julio Cortázar, Lezama Lima, Paul Klee, Sócrates

En un ensayo que lleva por título José Lezama Lima: El maestro en broma, su autor Fernando Guerrero ha descrito Paradiso como una catedral barroca sobre arenas movedizas o un buque descomunal sobre un mar en llamas. Se trata de una imagen poderosa que se ajusta a la experiencia de su lectura, aunque a mí, ese mar que nombra, me sugiera más un mar de hielo resquebrajándose; así como la imagen del buque descomunal me hace pensar en el Titánic en el momento en que este se hunde.

Pero si la construcción del famoso transatlántico puso en solfa la ambición de la técnica que no había considerado bastante las consecuencias de un desafío semejante, no es seguro que Lezama Lima no hubiera previsto el coste de su desmesura. No en vano, a la idea de levantar un primer piso con Oppiano Licario la acompañó la esperanza de que con ese añadido todo el esfuerzo quedara justificado. Y si es cierto (como no evita reconocer el propio Julio Cortázar) que en Paradiso hay capítulos verdaderamente prescindibles, Lezama intercala un extenso relato que llena todo el capítulo XII que no tiene nada que ver con el cuerpo de la novela, hay que decir que en Oppiano Licario todo está demasiado conectado hasta el punto de provocar con ello un recalentamiento de la trama que pone la novela en situación de riesgo. Todo se explica, todo se hace encajar para lograr lo peor. Porque después del esfuerzo de desvelamiento que lleva a cabo, los ideales más nobles acaban convirtiéndose en humo, en algo increíble y fútil.

Es difícil de creer que alguien tenga sus primeras experiencias sexuales representándose, mientras lo hace, la pintura de Paul Klee. Nadie puede ser tan ingenuo como para imaginar que la Súmula nunca infusa de excepciones morfológicas que le será entregada a José Cemí a fin de que este la custodie (y que finalmente será destruida al combinarse el elemento acuoso que acompaña a la marea que entra en su casa con la acción de un perro tonto) alguna vez haya podido existir.

El camino que sube y el camino que baja son uno y el mismo. Lo dijo Heráclito. Así la obra de Lezama Lima fascina al lector tanto como le irrita. De nuevo Julio Cortázar, intérprete privilegiado y uno de sus primeros admiradores, en Para llegar a Lezama Lima, ha escrito que leer a Lezama supone una de las tareas más arduas y con frecuencia irritantes que pueda darse. Diez días seguidos, encerrado, le exigió la lectura de Paradiso, interrumpida solo para respirar y darle de beber leche a su gato.

Entonces, se pregunta Cortázar, ¿estamos los dos locos? ¿Por dónde saco la cabeza para respirar, frenético de ahogo, después de esta profunda natación de seiscientas diecisiete páginas?

Y es que, en su propósito fundamental, Paradiso es una monstruosidad oceánica perteneciente al reino de las profundidades donde ya la luz no llega. Porque a Paradiso uno a lo sumo se acerca, como la asíntota que se prolonga indefinidamente sin llegar a converger nunca con la curva. Porque Paradiso es la consumación de un imposible, de un centro improbable que se hipertrofia y te expulsa de su ámbito en tantas ocasiones, para que confluyan en él sólo imanes no dañados.

El fragmento que está dañado desconoce
el sentido de la marcha
y no puede caer en la plomada de su espina central
pues su ceguera está fría y se detiene (…)

Lo escribiría Lezama en Dador para advertirnos, como ha sugerido José Ángel Valente en un prólogo que reúne sus cuentos. Lo paradójico es que todos los personajes importantes de la novela han sido concebidos como criaturas dañadas, fragmentos que perdieron su imán a una edad temprana. Dice Fronesis en el transcurso de un diálogo con su padre poco antes de abandonar su casa y salir en busca de su madre biológica a la que no llega a conocer nunca: En la vida cotidiana el enmudecimiento significa regiones dañadas. Y lo mismo viene a decirnos el narrador de Fugados, un bello texto corto que Lezama escribió en 1936: las huidas del colegio son el grito interior de una crisis, de algo que abandonamos, de una piel que ya no nos disculpa.

Así yo pienso en Cemí, al que después de la muerte de su padre, las palabras de su abuela Augusta, la caca del huérfano hiede más, debieron resonar en lo sucesivo como una condena, por más que Lezama nos describa el dominio de esa ausencia como su más fuerte signo convirtiéndolo en vertiginosa posibilidad; pienso en Fronesis, víctima de una fatalidad oculta por la que no llega a sentirse descansar tras los pasos de un fantasma, en la criatura más dañada que es Foción, hijo del engaño y la locura, del que un enfermero explicará que desde que despierta está dándole vueltas al árbol, pienso en el propio Lezama que en múltiples ocasiones afirmó ser un mulo con anteojeras que camina hacia su destino, una anomalía de la naturaleza, un animal incapaz de fecundar y reproducirse, un Sócrates habanero que solo podía seducir con la palabra, consciente de permanecer para siempre en el limbo de la poesía.

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Regiones dañadas (2)

20 sábado Sep 2014

Posted by Felix Pelegrín in Literatura

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Carlos Fuentes, Eloisa Lezama, Hölderlin, Herman Hesse, Lezama Lima, Thomas Mann

Lezama Lima dejó escrito y repitió en diferentes ocasiones, que sólo lo difícil es estimulante. Pero ¿qué es lo difícil? En La expresión americana lo dio a entender con una imagen: lo sumergido en las maternales aguas de lo oscuro o lo originario sin causalidad. De ahí el agotador espanto de sumergirse a pleno pulmón en sus profundidades; sobre todo si se tiene en cuenta que Lezama era asmático y acusaba con especial sensibilidad la falta de aire.

En un diálogo en Paradiso, en el que Rialta habla con su hijo después de la muerte del padre, con la intención de infundirle un temple de ánimo digno de su linaje, Lezama, le hace decir: cuando un hombre a través de sus días ha intentado lo más difícil, sabe que ha vivido en peligro, aunque su existencia haya sido silenciosa.

Y así, con ese “sabe” enfático, el pequeño Cemí queda advertido de que el valor reside no en la dificultad misma sino en las implicaciones existenciales que conlleva. Para la viuda del coronel, retrato fiel de la madre de Lezama Lima, que conocía bien a su hijo, según el testimonio de su hermana Eloisa, no hay duda; lo difícil, hacia lo que ella cree que ha de empujarle, debe unirse indisolublemente a lo peligroso. Como en los versos de Hölderlin: donde hay peligro crece también lo salvador.

¿Se trataría entonces de afrontar el peligro para salvarse? ¿Se encuentra ahí lo difícil? ¿De qué aguas profundas –maternales aguas de lo oscuro– nos está hablando Lezama? En el capítulo II de esta obra, José Cemí que apenas tiene diez años, parecería haberlo vislumbrado por primera vez al ser descubierto escribiendo cosas en el muro que trastornan a los viejos en sus relaciones con los jóvenes.

Lezama describe este suceso a su manera hermética: Al fin apoyó la tiza como si conversase con el paredón. La tiza comenzó a manar su blanco (…). Llegaba la prolongada tiza al fin del paredón, cuando la personalidad hasta entonces indiscutible de la tiza fue reemplazada por una mano que lo asía. La mano que lo ha acechado en la sombra, la misma que lo denuncia acusándolo en público de acercarse a otros niños buscando el pecado. Sin más ánimo que transcribir lo sucedido, Lezama se limita a decir que en ese momento el joven Cemí estaba atontado, aunque todo en esa circunstancia haga suponer que debió sentir fundirse en su interior el temor y la vergüenza.

Cemí escribe en el paredón, según interpreta Eloisa Lezama en el prólogo a la novela, porque quiere salir al mundo y al sexo, porque necesita a otros niños, quiere jugar, quiere conocerlos en sentido bíblico. La tiza es un símbolo fálico pero también un medio para obtener el diálogo.

Más adelante, en el capítulo VII, se confirmará de nuevo dónde se encuentra el peligro y cómo, segregándose de él, Cemí intuye lo que podría salvarle cuando descubre las causas de la atracción que le despierta su tío Alberto, un auténtico bala perdida, que indirectamente ha de venir a mostrarle el poder de la imaginación y las palabras. Cemí corrió hacia la sala para buscar los papelitos que había leído su tío Alberto, los fue revisando con calmosa insistencia, todos estaban vacíos de escritura. Entonces fue cuando comprendió a pesar de sus espaciadas visitas, la compañía que le daba su tío.

No hay que olvidar que por su forma desordenada de vivir, y las malas inclinaciones que ofendían tanto a la abuela doña Augusta, el tío Alberto acabará sufriendo una muerte estúpida en el interior de un coche que no conduce cuando sea arrollado por una locomotora.

Es notorio que la personalidad de Lezama ha sido caracterizada como fuertemente edípica, del mismo modo que los son los caracteres de los personajes más importantes de la novela, todos ellos jóvenes que se buscan a sí mismos en algo de lo que solo están ciertos de su ausencia pero que ansían ver compartido por una minoría muy selecta.

Su propia hermana Eloisa al evocar a su madre nos recuerda cómo esta, al referirse a su hijo adoptaba el tono de estar hablando de un niño grande: Me temo que cuando algo muy desagradable ocurra –quería decir cuando ella muriera– va a dar a una casa de huéspedes, donde lo burlen y lo juzguen un excéntrico candoroso… Lo considerarán una víctima de la alta cultura, como existen esas víctimas de las novelas policiales, que prefieren entrar en su casa por la ventana.

Pero más allá del ansia a la que empuja el deseo, se trata de abandonar el círculo familiar, de enfrentarse a la hostilidad que representa el mundo para el adolescente, acrecentada por las circunstancias históricas y personales en que le tocaría crecer y desarrollarse. Hablo de Cuba y la revolución, de la homosexualidad mal enmascarada de Lezama. No es algo nuevo. Antes bien, se trata de una problemática abordada con frecuencia por la literatura romántica existencial, que recuperó el tirón en las primeras décadas del siglo pasado, con la obra de Herman Hesse y Thomas Mann en Europa. Pues Paradiso es, entre las muchas lecturas que ofrece, en la sobreabundancia de metáforas que la hacen extraviarse por el continuo de la imagen, una gran novela de iniciación y aprendizaje, una auténtica bildungsroman barroca y salvaje en la que las plumas al pollo (un pavo real en realidad) como puede comprobarse al final de su desarrollo, llegan a crecerle tanto que le impiden volar.

Su hermana Eloisa ha interpretado que en el piso añadido que es Oppiano Licario, José Lezama Lima salva a los tres amigos Cemí, Foción y Fronesis porque los tres son inocentes. Debo reconocer que no puedo estar de acuerdo. Como lo observó también Carlos Fuentes, la amistad se pierde. La promesa de juventud se disipa. La trinidad Fronesis-Foción-Cemí se dispersa. La comunidad de intereses espirituales que los había reunido en un principio no puede constituirse como imán ni centro.

La arenga de Fronesis (el más ético de los tres) en Oppiano Licario, que acaba con las palabras más duras dirigidas al grupo que rodea a Champollion en París, qué alegre, qué primitivo, qué sencillamente creador, un mundo donde ya ustedes no estén. (…) El calor es en ustedes, dispénsenme, no la cualificación de la vida, sino el preludio de la calcinación. No deseo la menor posibilidad tangencial con vuestro mundo, ni siquiera me despido, pues como muertos no podéis contestar a mi despedida, obtiene por toda réplica un sonoro pedo. La necesaria comunicación que anhelaba Cemí se trunca hasta quedar burlada. Como si el daño que sufrieron todos fuera irreparable.

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