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Hace unos días, cuando me propuse iniciar este Cuaderno, pensé en la conveniencia de que entre sus páginas tuvieran cabida algunos temas de actualidad. Aristóteles mismo había escrito que lo real es sólo el ser actual e identificaba esa actualidad con lo plenamente realizado. La actualidad estaba para él dada y la realidad dada lo era en cierto modo para siempre. Hablando claro, yo quería pensar que la actualidad debía inscribirse en el campo de lo real, si bien contaba con que ese monstruo se aparece a la gente con diferentes cabezas.

A título de ejemplo apuntaré sólo dos referencias. En las primeras líneas de Tiempos Difíciles, el escritor Charles Dickens, le hace decir a Tomás Gradgrind, un maestro de escuela que viene a ser la caricatura del espíritu utilitarista de la época: Pues bien, lo que yo quiero son realidades, identificando esas realidades con hechos más o menos empíricos que pueden ser aislados y empaquetados a fin de que sean fácilmente administrados a ingenuos escolares. No les enseñéis a estos muchachos y muchachas otra cosa que realidades.

Hay una versión propia de la crisis, que se alinea a esta última recomendación y que últimamente se utiliza mucho. Aunque con otras palabras viene a decirnos lo mismo: se acabó la fiesta y ha llegado el momento de volver a la realidad. Lo de la fiesta no he acabado de entenderlo porque no sé a qué fiesta se refiere pero acaso sea esta vuelta a la realidad precipitada sobre la que insisten, como cuando se dice venga ya, apaga y vámonos, la que explicaría la presencia masiva en las librerías que se ha producido últimamente con la multiplicación de las reediciones de Dickens en España. Los libreros lo atribuyen a que este año se cumple su doscientos aniversario. Pero a mí me da otras cosas que pensar.

En otro lugar en cambio y al hilo de la conversación que mantiene con su entrevistador en el programa La mitad invisible que se emitió el pasado 18 de febrero (creo que era una reposición) en la 2 de televisión, oigo decir a Antonio López que en cierta ocasión, hablando de pintura con un amigo, éste le dijo: era tan real como una enfermedad.

Dos visiones, dos concepciones radicalmente opuestas que no permiten componer ninguna síntesis: agua y aceite. Y sin embargo las dos deberían ser indicaciones de lo mismo. La una recomienda que hay que volver de no sé que Arcadia ficticia pues ha llegado la hora de ponerse manos a la obra, queriendo explicitar que no estamos aquí para distraernos. La otra menos complaciente nos muestra sin ambages el horror oculto que en ocasiones irrumpe de la forma más inesperada. Aquello que se recomienda aprender y que habría que incluir hasta en los programas de estudio frente a aquello otro que no hace falta enseñarlo porque se impone sobre el individuo de forma insoslayable. En el extremo y a partir de la expresión tan plástica que utiliza el pintor, yo mismo, que llevo días dándole vueltas a este asunto en la cabeza, me atrevo a plantear otra hipótesis, una tercera aproximación: tan real como la muerte. Tan real acaso como puede serlo una canciller alemana. No sé lo que pensaréis vosotros.

La última cursiva lo debe casi todo a mi lectura del poema Fuga de la muerte de Paul Celan

 


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