CUADERNO PARA PERPLEJOS

~ Félix Pelegrín

CUADERNO PARA PERPLEJOS

Archivos de etiqueta: Schopenhauer

Deseo de callar

19 sábado May 2012

Posted by Felix Pelegrín in Filosofía

≈ 3 comentarios

Etiquetas

Agustín de Hipona, Frege, Nietzsche, Norman Malcolm, Russell, Schopenhauer, Wittgenstein

En la última línea del Tractatus, obra con la que Ludwig Wittgenstein creyó haber acabado en ochenta páginas con todos los problemas de la filosofía, afirma que de lo que no se puede hablar, mejor es callarse. No soy un estudioso de la lógica y los análisis con que intenta exponer las condiciones de un lenguaje perfecto, desde un punto de vista estrictamente lógico, me importan sólo hasta cierto punto. En ellos, la realidad, la carne, lo que la vida puede hacernos sentir, no entra.

Lo que se puede decir en ese ámbito donde se enfrentan los especialistas, se ha de poder decir claramente, y en este aspecto las proposiciones de la filosofía, la ética o la estética, son sinsentidos. Estas afirmaciones recogen lo esencial de lo que piensa Wittgenstein sobre estas actividades. Que no se pueda decir nada con sentido en estos campos, no impide que lo místico se pueda mostrar. Lo místico es para Wittgenstein lo que está más allá del lenguaje marcando su propio límite.

En cualquier caso me pregunto por qué tendría que ser absurdo seguir hablando y por qué ha de ser preferible cerrar la boca antes que abrirla aunque se sepa que las palabras acabarán golpeando contra el muro del lenguaje. Si lo que quiere decir Wittgenstein es que ni la filosofía ni la ética o la estética pueden llegar a ser ciencias, eso está claro pues no creo que la filosofía deba rivalizar con la matemática o la física o cualquier otra ciencia de la naturaleza cuyas proposiciones pueden ser demostradas axiomáticamente o bien verificadas.

La filosofía es principalmente, según él reconoce, una actividad. Y como mucho, para decirlo con sus propias palabras: un libro de filosofía debería estar compuesto sólo de elucidaciones. Más tarde, en otra etapa de su vida él mismo dirá que un libro de filosofía no debería contener más que preguntas. Pero entonces ¿a qué viene dejar fuera de juego a los filósofos?

Ni Heráclito, ni Sócrates (que pretendió sólo ser un buen ciudadano, convencido de que la filosofía podía ayudar también a sus vecinos aunque al final resultara para él una sentencia de muerte), ni Platón ni los sofistas que hicieron posible la ilustración griega, ni Epicuro, ni los estoicos, ni Agustín (a quien siempre admiró Wittgenstein), ni ningún filósofo renacentista, ni Spinoza, ni Kant, ni Schopenhauer (otro pensador a quien recurrió más de un vez para acallar sus inquietudes) ni Nietzsche, ni Heidegger (la lista sería interminable) tuvieron bastante con buscar el conocimiento por el conocimiento. Todos ellos consideraron la dimensión práctica de su ocupación como la dimensión fundamental y pocos ignoraron el lugar que debía ocupar también el arte en la experiencia humana del mundo.

Wittgenstein tenía un espíritu inquieto que le hizo tocar muchas teclas antes de hallar su camino. Sin acabar sus estudios de ingeniería llegó a Cambridge con la idea de inscribirse por recomendación de Frege, un lógico matemático, en los cursos de Bertrand Rusell. Se sabe que sus conocimientos de la historia de la filosofía, estaban llenos de lagunas. G.H.Von Wrigth en su Esbozo biográfico, escrito a partir de sus conversaciones con el filósofo, nos confirma que éste le había confesado que en aquel periodo de su vida había leído a Schopenhauer.  Otros autores que había más o menos estudiado eran Agustín de Hipona, Kierkegard, Dostoievski… Tolstoy. Sus lecturas de entonces estaban orientadas por un sentimiento religioso que nunca le abandonó.

Desde el principio, los problemas con que se vio enfrentado fueron los mismos que preocupaban a Frege y Russell y en ese campo, en el que un conocimiento serio de la gran filosofía no era muy necesario, no tardaron en reconocerle unas dotes extraordinarias. Su llegada al ambiente universitario tuvo el mismo efecto que una cascada de agua fresca. A él sin embargo aquel ambiente debía parecerle agobiante pues permaneció en Cambridge sólo los años 1912 y 1913, momento en que decidió irse a una granja en Noruega cerca de la localidad de Skjolden donde se construyó una choza y vivió en ella aislado hasta que estalló la guerra.

Wittgenstein siguió ocupado en desarrollar en el frente, los mismos temas que habían despertado su interés en Cambridge. Y en ese contexto, tan opuesto al que había buscado al aislarse del ruido de la universidad, elaboró el Diario filosófico, su primera obra, la misma que habría de servirle de base para escribir el famoso Tractatus.

Wittgenstein no abandonaría más la actividad filosófica. Aunque sí se retiró de la primera línea. Después de publicar el Tractatus Logico-Philosophicus que le abrió las puertas de Cambridge, ahora como profesor, estuvo un tiempo allí dando clases pero otra vez sintió la necesidad de alejarse para trabajar en una escuela como maestro de enseñanza primaria. Limitado por la concepción lógico-analítica propia del ambiente anglosajón, creía sinceramente haber resuelto todos los problemas de la filosofía y no podía sentir más que el vacío de no tener nada que decir.

Mucho antes de morir, sin embargo, él mismo había logrado darle la vuelta a su pensamiento inicial. La teoría de los juegos lingüísticos expuesta en las Investigaciones filosóficas desbordaría con mucho los planteamientos anteriores, ofreciendo perspectivas que lo aproximan a Nietzsche; en su conferencia sobre ética, en la cantidad de aforismos dispersos que quedan fuera de sus obras principales, es notorio lo que comparte con la filosofía de la existencia.

Wittgenstein habría de seguir hablando, tentado siempre por el deseo de callar. Como verdadero filósofo que fue no escuchó sus propias advertencias. En 1930 y hasta 1947 volvería a dar clases en la universidad, cada vez más desencantado de la rutina académica, antes de admitir definitivamente que allí no estaba su sitio y buscar de nuevo la soledad en la campiña irlandesa. Visitó New York enfermo y cuando estaba con los amigos, antes de que le detectaran el cáncer de próstata que rechazó tratarse, Norman Malcolm refiere que les decía: No quiero morirme en América. Soy Europeo; quiero morir en Europa. Tenía prisa por seguir trabajando en sus últimas reflexiones.

Compartir:

  • Twitter
  • Facebook

Me gusta esto:

Me gusta Cargando...

Aletheia

31 sábado Mar 2012

Posted by Felix Pelegrín in Arte, Filosofía, Pintura

≈ 2 comentarios

Etiquetas

Delacroix, Platón, Schopenhauer

En mi viaje a África, escribe Delacroix en su diario, sólo empecé a hacer algo medianamente aceptable, una vez que hube olvidado los pequeños detalles (…). Hasta entonces me había obsesionado el amor a la exactitud que la mayoría toma por la verdad.

No parece ésta una observación suficiente para sospechar que Delacroix, el pintor más romántico, estuviera influido por el platonismo, pero la nota merece algún comentario. Lo primero que destaca en ella es el malestar que genera en el artista el sometimiento de la imaginación a la multitud de detalles que asfixian su sensibilidad y no hacen sino ocultar lo verdaderamente relevante. Lo segundo, que sólo cuando esos detalles, esa multiplicidad de datos sensibles, se han disuelto en el olvido, parece que se despeja el campo de la visión.

La historia de la estética, ha reconocido el poco crédito que le merecía a Platón el arte de la pintura, al estar ésta sometida al influjo perturbador del color y el aspecto externo de las cosas. Aunque parezca improbable la conjetura, no creo excesivo indagar en esta dirección. Delacroix confiesa en esas palabras la necesidad que tiene él, como artista, de olvidar, a fin de recuperar la auténtica experiencia de África.

De acuerdo con el concepto griego, verdad se dice aletheia, lo que quiere decir que la verdad se muestra como un desvelamiento. De igual modo, se podría traducir por descubrimiento, en la medida que se le asigna el sentido de retirar lo que cubre u oculta lo que será desvelado y expuesto a la luz. Pero aletheia significa también literalmente des-olvido.

Conviene recordar a este propósito, el mito platónico de la reencarnación que se desarrolla en el contexto de su teoría del conocimiento. A través de ese mito, Platón nos explica que antes de decidir reencarnarse, las almas en el Hades beben las aguas del Letheo. El Letheo es el río que transmite al alma el olvido, de donde provendrá por negación el término a-letheia. Entonces, según esta interpretación, la verdad sería concebida como la recuperación de la memoria de aquello que fue olvidado cuando el alma padeció esa extraña amnesia. La verdad resulta así para Platón, recuerdo, anamnesi en griego, reminiscencia de las esencias, las Ideas que alguna vez fueron conocidas.

Vuelvo a Delacroix. Evidentemente, su experiencia en África poco o nada tenía que ver con el conocimiento de la Idea, eterna e inmutable, a la que se refiere Platón cuando habla del filósofo que ha alcanzado el estadio en que se supera el conocimiento matemático; ya que aquella experiencia, sensual y erótica, en absoluto ajena a los sentidos, que ha acabado conmocionando a Delacroix, se sitúa en un tiempo y un espacio bien determinados. Como se puede inferir, la Idea en que estoy pensando ha sido pasada por el cedazo de Schopenhauer, quien la interpreta como objetivación de la voluntad; la voluntad del genio, del artista plástico, en este caso. Me guío básicamente por la intuición. El pensamiento es una red que actúa multiplicando puntos de vista, descomponiendo lo real en infinitas posibilidades. Por ello creo que no es una exageración pensar que el olvido y el ocultamiento de la esencia, la Idea que encarna África para Delacroix, tiene mucho que ver con el efecto inaceptable que producían en el pintor aquellos pequeños detalles.

Por si no fuera bastante, añádase a lo dicho esta última observación: El reino de los delatores y de los infames no podría ser el de lo bello y menos aún el de lo verdadero. Se refiere aquí Delacroix a la dificultad de imaginar a Fídias o Apeles, bajo el régimen de los horribles tiranos, cuando el arte hace oídos sordos y pasa a convertirse en cómplice de la infamia. (…) ¿Habría acaso una conexión entre lo bueno y lo bello? ¿Puede complacerse una sociedad degradada en cosas elevadas, del tipo que sean? Probablemente no; por eso en nuestras sociedades tal y como son con nuestras estrechas costumbres, nuestros pequeños placeres mezquinos, lo bello solo puede ser un accidente, y este accidente no ocupa bastante sitio como para cambiar el gusto y devolver a lo bello la generalidad de los espíritus. Después llega la noche y la barbarie.

Compartir:

  • Twitter
  • Facebook

Me gusta esto:

Me gusta Cargando...
Entradas recientes →

Email

pelegrinfelix@gmail.com

Categorías

  • Arte (23)
  • Filosofía (36)
  • Literatura (54)
  • Pintura (19)

Referencias

  • Índice de autores y obras.
  • El autor

Blogroll

  • En lengua propia
  • Philosophie de l'inexistence

  • 20.823 visitas

Feed RSS

RSS Feed

Crea un blog o un sitio web gratuitos con WordPress.com.

Privacidad y cookies: este sitio utiliza cookies. Al continuar utilizando esta web, aceptas su uso.
Para obtener más información, incluido cómo controlar las cookies, consulta aquí: Política de cookies
  • Seguir Siguiendo
    • CUADERNO PARA PERPLEJOS
    • Únete a 60 seguidores más
    • ¿Ya tienes una cuenta de WordPress.com? Accede ahora.
    • CUADERNO PARA PERPLEJOS
    • Personalizar
    • Seguir Siguiendo
    • Regístrate
    • Acceder
    • Denunciar este contenido
    • Ver sitio web en el Lector
    • Gestionar las suscripciones
    • Contraer esta barra
A %d blogueros les gusta esto: