CUADERNO PARA PERPLEJOS

~ Félix Pelegrín

CUADERNO PARA PERPLEJOS

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Desde la barranca, bajo el volcán

06 domingo Ene 2013

Posted by Felix Pelegrín in Literatura

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Jonathan Cape, Jorge Semprún, Kafka, Malcom Lowry

Nos recuerda Jorge Semprún que a Malcolm Lowry le gustaban los prólogos; tanto es así que a veces su lectura de un libro, se agotaba en él. La anécdota la recoge del prólogo que el propio Lowry escribió en 1948 para la edición francesa de Bajo el volcán y la comenta Semprún en otro prólogo muy particular a El volcán, el mezcal, los comisarios… un librito que recoge dos cartas que escribió Lowry: una a su editor Jonathan Cape (en la anterior entrada ya me referí a esta carta); otra dirigida al abogado Ronald Paulton para exponerle las razones por las que las autoridades mexicanas lo retuvieron en Acapulco por ir indocumentado y con la excusa de que después de su estancia en México, ocho años antes, había abandonado el país sin pagar una multa: siete semanas que acabaron convirtiéndose en una pesadilla burocrática digna de la imaginación de Kafka.

Semprún añade que en esa edición francesa que Lowry prologó, se había añadido otro texto de presentación de Maurice Nadeau y un postfacio de Max-Pol Fouchet. La razón de tanto ejercicio de preparación, estaría relacionada según infiere, con la falta de confianza que la recepción de la novela, a solas y a secas podía tener entre el público francés. No he tenido la oportunidad de leer tales escritos preparatorios a excepción del que compuso el propio Lowry, y la edición de que dispongo de la obra (la misma que he vuelto a releer estos días) se presenta completamente despojada y libre de comentarios en una traducción muy hermosa realizada por Raúl Ortiz y Ortiz. Pero soy de la opinión, de que el libro a solas y a secas en la edición al castellano, se defiende más que bien.

Siguiendo en la línea interpretativa de mi anterior entrada, Si pudiera ser Franz Kafka, añadiré algunas ideas que profundizan en ella. De la trilogía proyectada en El viaje que nunca termina, variante alcohólica de la Divina comedia que no llegó a ver la luz, Lowry sólo pudo terminar el Infierno (Bajo el volcán) porque su sentido de la realidad se agotaba en lo fenoménico, en la experiencia terrible que cada una de sus borracheras le ofrecía. En este sentido, la pérdida del manuscrito En lastre hacia el mar blanco durante el incendio de su cabaña fue una auténtica “prueba de fuego” que el libro y el propio escritor no superaron.

La textura espiritual de Lowry nada tiene que ver con la religiosidad convencional, por más que el título de alguno de sus relatos, Escúchanos, oh señor, desde el cielo tu morada, apunte en la dirección contraria. Sino es que vale meter en un mismo saco la náusea fría y cadavérica del mezcal y la trascendencia. Una cita de Baudelaire que el Cónsul Geoffrey Firmin, después de vaciar el contenido de una coctelera, lee en casa de M. Laruelle, el amigo de la infancia que le traicionó con Ivonne, ilustra lo que quiero decir: Los dioses existen, son el demonio. Por ello, lejos de resultar una catástrofe de consecuencias funestas, la ruina del Paraíso, devorado por el fuego, no podía sino poner en marcha la rueda de la fortuna que empujó a Lowry a concentrar sus esfuerzos y concluir el único tema para la cual estaba verdaderamente dotado.

Aunque el conjunto de su obra puede reunirse en varios volúmenes, publicados en su mayoría póstumamente sin que hubieran sido sometidos a una última revisión (Oscuro como la tumba donde yace mi amigo, sería de acuerdo a mis gustos el más logrado entre ellos), Malcolm Lowry fue, en un sentido fuerte del término, el creador de un único libro en el que su oscura profundidad brilla con la intensidad del sol de México. Como todo artista verdadero, Lowry no hizo sino recrear una y otra vez las mismas obsesiones.

La dispersión a la que fue siempre proclive, era el fruto de un vigor artístico que se proyectaba de manera incesante a la búsqueda de sí mismo, verdadera pasión luciferina que no le permitía ningún descanso. De sobras es conocido el papel que en todo ello cumplió el alcohol y cómo en los últimos años de su vida acabaría convirtiéndose en la única forma de huir de la depresión. Lowry repitió muchas veces que bebía sólo para poder estar de vez en cuando sobrio.

Las fuerzas existentes en el interior del hombre que le producen terror de sí mismo a que hace referencia en su carta a Jonathan Cape aparecen simbolizadas de una forma doble: el volcán humeante, cuya furia se desatará a través del caballo marcado por la voluntad ciega que representa el número siete, cuando éste golpee con sus cascos a Ivonne hasta producirle la muerte; la barranca, capaz de concitar todas las potencias demoníacas; lugar sin parangón, donde la historia reúne a la carroña, sólo asimilable a los efectos que el mezcal produce en el Cónsul.

El cónsul es culpable de un crimen que no ha cometido, pero del que se siente fatalmente, responsable. Esa imaginación que parece atribuirse a una debilidad moral, es necesaria; define al genio y lo perfila como un ángel caído, un brujo negro en el lenguaje de Lowry, más amante del esoterismo. La causa nos recuerda a aquella que atormentó a Lord Jim y al capitán Ahab obsesionado con la captura de Moby Dick; despertó en el joven Lowry el entusiasmo por la aventura marítima, mientras iba aprendiendo a beber en el colegio y a tocar el ukelele que luego transformará en una de las aficiones frívolas de Hugh, el hermano del Cónsul, que también le traicionaría con Ivonne. No es por mero azar que al producirse el encuentro entre Ivonne y el caballo que le dará muerte bajo la lluvia en el bosque, Hugh, que se ha quedado rezagado mientras caminaban juntos en busca de su hermano, vaya cantando y tocando esa pequeña guitarra ignorante de lo que sucede.

El mezcal es la tierra devastada; desde el momento en que la botella se toma y se destapa, explica y justifica la expulsión del Edén ya que otro mundo distinto, después de ese gesto, no es posible. En sí mismo el mezcal es vía de conocimiento y hará que Lowry tome conciencia, al acabar su novela, de que la creación artística sólo podía ofrecerle un sucedáneo de redención.

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Si pudiera ser Franz Kafka

22 sábado Dic 2012

Posted by Felix Pelegrín in Literatura

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Jonathan Cape, Kafka, Malcolm Lowry

La mañana del siete de junio de 1944, cuando Malcolm Lowry estaba a punto de acabar la cuarta versión de Bajo el volcán, aunque tardaría un año más en concluirla, un fuego iniciado en la parte posterior de su cabaña en Canadá empezó a extenderse con tanta rapidez que se volvió imposible rescatar otra novela en la que estaba trabajando desde hacía quince años. Tenía escritas ya más de mil páginas de esa otra novela titulada En lastre hacia el mar blanco y debía ocupar el lugar del Paraíso en una trilogía, El viaje que nunca termina, de la que Bajo el volcán iba a recoger su experiencia del Infierno. Como comentó el propio Lowry, lo que estaba escribiendo en la novela mexicana (Bajo el volcán nace a partir de su estancia en  Cuernavaca) era algo nuevo sobre el fuego del infierno.

En la conocida carta dirigida a su editor Jonathan Cape, que algunos consideran la mejor introducción a su obra, escrita con la voluntad decidida de rechazar los cortes que éste le propuso como condición para que Bajo el volcán fuera publicada, Lowry cuenta que fue Margerie Bonner, en aquel momento su mujer, quien milagrosamente rescató el manuscrito del fuego. Por su parte, y a pesar del esfuerzo realizado por recuperar el borrador de En lastre hacia el mar blanco, el escritor no obtuvo otra recompensa que unas cuantas quemaduras de cierta gravedad sin que lograra salvar del desastre más que catorce páginas.

Malcolm Lowry, que en mucho de lo que le sucedía solía descubrir signos y manifestaciones de una realidad oculta que había que desentrañar, interpretaría el incendio de su casa (la primera que había adquirido en su vida de hombre adulto y que restauró con sus propias manos) y la destrucción de la novela que había de coronar su trilogía, como una forma de castigo. Si es correcta la interpretación de Francisco Rebolledo, según la cual Lowry habría creado un personaje que no sólo tuvo una vida propia sino que terminó por enquistarse en la conciencia de su autor hasta obligarlo a transformarse en su propia creación, gran parte de la culpa que corroía al Cónsul, el protagonista de Bajo el volcán, causada por una falta que se remontaba a la época de la primera guerra, se habría transferido a él mismo empezando a adoptar la forma de la paranoia. No son pocas las veces que en sus cartas, Lowry, durante su estancia en Oaxaca, se lamenta de estar siendo víctima de una conjura secreta y del espionaje, y ello con independencia de que fuera cierto que su padre había contratado informadores (guardianes los llamaba el escritor, identificándolos con los personajes que detienen a K en El proceso de Kafka) encargados de comunicarle si el hijo aún seguía bebiendo.

Con todo, con el castigo o la necesidad de ponerse a prueba hasta convertir su insatisfacción en la posibilidad de una aventura que más tarde exigiría de él su arrepentimiento, Lowry venía ensayando desde sus años escolares. Siendo estudiante de bachillerato bebía ya en exceso, aunque se avergonzara después al tener que rendirle cuentas a su padre, quien al parecer se mostró siempre comprensivo a cambio de contrapartidas. No quiero una almohada de seda para mi juventud, expresó un día ante la prensa Malcolm Lowry después de exigirle a su padre el permiso para enrolarse como marinero durante un año antes de compensarle con su ingreso en la universidad, yo quiero ver el mundo, restregar mis hombros con sus asperezas y adquirir algo de experiencia antes de ingresar en la Universidad de Cambridge.

Aunque la acogida de la tripulación en el S.S. Pyrrus donde se acabó embarcando no hubiera sido la que esperaba. En ningún momento en todo aquel año, los marineros llegaron a considerarlo uno de los suyos y en cambio la experiencia sirvió para removerle la herida (la culpa) de pertenecer a una familia acomodada con la que no se identificaba pero de la que dependió toda su vida su sustento.

Así pues, que el incendio de la cabaña se hubiera producido el 7 de Junio no podía ser una casualidad. En la carta citada, Lowry, que coqueteaba cada vez más con los estudios esotéricos, dio una clara muestra de la importancia que para él tenía el número 7, ya que en su opinión, como para los estudiosos de la cábala, esa cifra representaba el destino, la buena o la mala fortuna. Al comentarle al editor las claves que encierra el capítulo VII de Bajo el volcán, Lowry escribe con detalle: Mi casa se incendió el 7 de junio; cuando volví al sitio incendiado alguien había trazado por vaya uno a saber qué razón, el número 7 en un tronco quemado (…)  el 7 es también el número del caballo que mata a Ivonne y las 7 la hora en que morirá el cónsul.

De acuerdo con estos presupuestos, que tienen en cuenta la manera en que Lowry interpretaba los hechos (especialmente desde que se volcó en la redacción de su novela como un forzado) no creo que sea arriesgado imaginar que la intervención de la fortuna al salvar de entre las llamas el manuscrito del Infierno, al tiempo que permitía la destrucción de la novela del Paraíso, dotaba al acontecimiento de un significado simbólico: el manuscrito del Paraíso acababa de convertirse en el “paraíso perdido”.

Bajo el volcán, que igual podía haberse titulado por su contenido Los demonios, o El proceso, es una novela exuberante y compleja, de una belleza magnética, que admite muchos niveles de interpretación y nos sumerge en un espacio terrible después de que hayamos superado las primeras páginas. Lowry mismo, al esforzarse en su defensa, para evitar la poda a que quería someterla su editor, destacaría que la novela se refiere principalmente a ciertas fuerzas existentes en el interior del hombre que le producen terror de sí mismo. Aunque también se refiere a la culpa, al remordimiento, al ascenso incesante del hombre hacia la luz bajo el peso del pasado… La alegoría sobre la cual se aguanta su estructura es la del Jardín del Edén.

Tomando como punto de partida estas observaciones y un poco actuando a su modo, que tendía a descubrir relaciones secretas por doquier, me gustaría apuntar un par de detalles. En el capítulo final de Bajo el volcán, cuando tememos ya que se cumpla el destino horrible que le espera al cónsul después de que los fascistas mejicanos lo confundan con un anarquista, la identidad en el orden simbólico con el final de El proceso de Kafka no me plantea ninguna duda. Del mismo modo que la lectura de una de las últimas frases del libro ¡Dios, observó perplejo, qué manera de morir!, que el cónsul pronuncia para sí en el momento en que siente que acaban de dispararle a bocajarro, a la que poco después acompañará la que cierra la novela: Alguien tiró tras él un perro en la barranca, provoca un escalofrío doble cuando se la compara en su significado profundo con la última de El proceso: ¡Como un perro! – se dijo, cual si la vergüenza debiera sobrevivirle.

Sospecho no obstante que Lowry se dio cuenta de ello. Aunque su astucia y su sagacidad le llevaran siempre a silenciar aquellas coincidencias que podían descubrir influencias subterráneas mientras no tenía complejos en difundir otras de menor calado. La frase escrita en una carta que el 22 de junio de 1940 dirigió a su amigo Whit Burnett, preocupado por la acogida que el libro podía tener entre el público, Albergo la esperanza que el libro pueda compararse favorablemente con libros tales como El proceso de Kafka, indica por lo demás hasta qué punto Lowry estaba dispuesto a admitirlo.

Opino pues, que Kafka ocupó un lugar prevalente dentro del imaginario de Lowry porque le remitía directamente al lugar de la culpa. Lowry dependió económicamente toda su vida de la asignación que le procuraba su progenitor, frente al cual tuvo que humillarse, no en una, sino en muchas ocasiones, tratando de conseguir que le fuera aumentada la asignación que a duras penas le llegaba para costearse algo más que su dosis diaria de alcohol, aunque no fuera ésta pequeña: Estoy cooperando contigo. ¿Me ayudarás? La bebida, las locuras, son cosas del pasado.

¿Podía haber algo más humillante para un hombre entrado en la treintena cuyo destino temprano fue convertirse en uno de los más grandes escritores del siglo XX?

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